miércoles, 26 de agosto de 2009

LA RENOVACIÓN DEL PACTO DE FIDELIDAD: ALIANZA DE VIDA. Por: Marcelo Singh, 4º de teología.

Durante la procesión en honor al Señor y Virgen del Milagro, hay un momento clave: la renovación del pacto de fidelidad. Desde niños hemos escuchado a nuestros mayores, entre lágrimas y gestos de alegría, recitar esta oración sencilla y cargada de sentido, antes de volver a la Catedral. Y con el paso de los años valoramos este rezo, y nos resulta importante participar con nuestra voz. Pero ¿es el pacto una oración más?, ¿su vivencia se agota en la procesión, en una intersección de Avenidas? Tratemos de crecer en la comprensión del Pacto recurriendo a sus orígenes.

Al plantearnos el surgir de esta tradición religiosa podemos situarla en la historia del Milagro como tal, pero también debemos afirmar que sus auténticas raíces se nutren en un ámbito mucho más universal, que es el de la historia de la salvación. Descubrimos la realidad profunda del “Pacto”, en su núcleo vital: las Sagradas Escrituras. A partir de la ellas se realiza una síntesis con el acontecer histórico de Salta.

Alianza y renovación.
Podemos constatar en el Antiguo Testamento distintas alianzas sucesivas. Estas han sido concertadas por Dios con Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David, etc., y contenían la promesa de la salvación mesiánica (por ejemplo Gn 12; 15; Ex 19). Con la Encarnación del Señor se plenifica y llega a su cumplimiento. “Pero ahora Cristo ha recibido un ministerio muy superior, porque es el Mediador de una Alianza más excelente fundada sobre promesas mejores” (Hb 8,6) se trata de una “Nueva Alianza entre Dios y los hombres” (Hb 9, 15) Al decir “ahora” el escritor sagrado nos ubica en los últimos tiempos, que son superlativos en relación al período de la Ley. Es una dinámica que integra para elevar, puesto que no hay una anulación, sino un reconocimiento de los componentes de la historia salvífica, que hallan su realización definitiva en el Señor.
Hacer un pacto con Dios es recibir la gracia que gratuitamente quiere ofrecernos. Esta donación busca la redención del hombre, más allá del mérito o del pecado de este. El Señor toma la iniciativa, y el hombre asiente a esa invitación divina, y se integra en el proyecto del Padre. El pacto exige una respuesta de fe, en la que se persevera, a veces, y otras se sucumbe. La misericordia del Señor dura por siempre, por ello es posible renovar su Alianza.
El pacto se efectúa en un contexto de libertad. Por un lado, Dios, quien no está condicionado por nuestras particulares características para elegirnos en un diálogo de salvación; y por otro nuestra libertad, limitada y finita, por la cual respondemos a ese diálogo o nos cerramos a toda comunicación.
Estamos frente a una realidad magnífica: se nos propone la unión con Dios. Esta situación que interpela personalmente en la vocación, se convierte en la decisión del pueblo en la Alianza. Decisión que va acompañada por la fuerza del Dios que hace ser, que imprime a través de la alianza la verdadera identidad, la pertenencia de Amor: “Ellos serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 37, 23).
La novena nos introduce en el corazón de la festividad, que en el triduo va desarrollando una profunda y feliz densidad, que es un latido acelerado pues está cercano el gran día. La procesión llega a su cenit durante la renovación del pacto de fidelidad. Este es un momento de historia salvífica, la Iglesia en Salta se une a esa vivencia eterna y siempre nueva del Dios que nos sale al encuentro.
Es comunión con Dios, y la Santa Madre, la Soberana Emperatriz de los cielos y tierra. También es fraternidad, todos somos parte, no como una masa indiferenciada, sino como una comunidad convocada por el Señor de la Historia, animada profundamente por el Espíritu Santo, y acogida entrañablemente por el Padre Providente, que es el mismo Dios que suscita la respuesta del Pacto.
El pacto se produce en un espacio y tiempo concretos, manifestando la esencia de nuestra particular vivencia religiosa. Su renovación a modo de oración vocal, ubicada en la vida litúrgica de la Iglesia que peregrina en Salta, y que se traduce en la existencia cristiana, se remite a los albores del Milagro, en 1694, año en que aconteció el 1° gran terremoto, epicentro de la fidelidad del Señor para con su pueblo.

La oración.
El texto cristaliza en 1844, y su desarrollo hasta la forma final se extiende algunos años más. Su lenguaje solemne es digna consecuencia de la realidad que significa: el amor misericordioso del Padre en Jesucristo por su pueblo. La Liturgia de la Palabra genera el ámbito propicio para la Renovación del Pacto. Se caracteriza por la gratitud y el compromiso, pues el cristiano debe prolongar en su vida esa alianza de amor, tratando de ser fiel al Señor, encarnando el Evangelio de la vida.

“Divino Jesús Crucificado y Señor Nuestro del Milagro, el pueblo de Salta hoy postrado en vuestra presencia, viene a renovar los votos de sus mayores, cuando acudiera a vos encontrando remedio en su aflicción”.

El pueblo reconoce a su Señor, y por ello tiene un gesto de reverencia y se “postra”, lo hace con el corazón y en la humildad, pero también porque se sabe pecador y perdonado. No es un pacto de igual a igual, es una alianza, el Señor tiene la iniciativa de franquear la insondable distancia que nos separa, a través de su abajamiento redentor.
Arrojado a la deriva de las aguas caudalosas del “Pacífico”, golpeado en las ásperas arenas del Callao, Jesús sigue tomando la iniciativa, desde un anonadamiento que llama a la conversión de los corazones. ¿Puede surgir otra respuesta? En realidad el corazón se derrite ante tanto amor, pero la naturaleza, aunque elevada por el Redentor, no ha perdido sus debilidades, personales y colectivas, por ello como pueblo debe renovar su parte del Pacto. El Señor no necesita renovar, porque el siempre permanece fiel, pero nosotros sí. Así hemos de expresar una y otra vez la voluntad amorosa de corresponder, desde nuestra existencia, al amor de Dios.
El Señor de Nuestra historia es Jesucristo, el Crucificado, el que ha muerto por nuestros pecados. De su Cruz brotan los rayos, signos de redención. Frente a él todos vienen a “renovar” hoy, puesto que cada año y cada pacto constituyen una situación distinta. Esta actualización que se celebra el 15 de Septiembre está en la red de vida, que cada día tejen los salteños al confirmar el pacto, diciendo “hoy también quiero, y queremos renovarlo”. Esta respuesta nos liga a nuestros mayores, conformando nuestra identidad auténtica, y más aún realizando la comunión con la Iglesia celeste, así se anticipa la alianza eterna. El pueblo vive y encarna la muerte y resurrección, porque en la pascua muere el hombre viejo, el pueblo viejo, deteriorado por sus frivolidades, egoísmos, corrupciones, para que se transfigure como hombre nuevo, que busca incesantemente los valores del Reino.

“Sí, ante esa Cruz que nos enviasteis a través de los mares para ser nuestro escudo y defensa, juramos, lo que juraron nuestro padres, teneros siempre por Padre, Abogado y Patrono, y reconocer vuestra real Soberanía sobre todos los pueblos, y especialmente sobre el nuestro”.

De esta manera recordamos el origen de la devoción y la espiritualidad, recuperando la génesis histórica: el envío de la imagen por parte de Mons. Francisco de Vitoria. La protección del Señor es un gran don, que exige nuestra atención vital, y es por ello que hay juramento. El mismo consiste en poner a Jesús como el centro de la vida de Salta, y de todos los pueblos. Esta perspectiva universal es la manifestación de lo que somos: Iglesia católica. El crucificado es el Rey, así la kénosis y la glorificación se introducen en el corazón de esta liturgia.

“Confesamos que sois el Camino, la verdad y la vida, así de los individuos como de las familias, pueblos y naciones; y que lejos de vos y de los esplendores de Vuestra Cruz sólo se encuentran engaños y amarguras”

Nuevamente se acentúa quién es Jesús, en quien creemos, primero, de forma, personal. Esto no es sinónimo de individualismo, sino que lo experimentado por el sujeto se expande, necesariamente, en la familia. Ella, como iglesia doméstica, también le dice al Señor: “Aquí estamos”. Luego el pueblo, es decir la comunidad animada por el Espíritu Santo.

“Hacemos nuestro el pacto de fidelidad celebrado por nuestros antepasados, prometiendo que vos, dulce Jesús, serás siempre nuestro, y que nosotros seremos siempre tuyos”.

Nos apropiamos de un pacto celebrado, y esto no es heredar sólo una tradición, sino que implica la identidad cristiana: pertenecer íntegramente a Dios. Esta realidad es expresada en futuro, advirtiendo que es siempre imperfecta, y por ello presenta constantes desafíos de recreación. Y Él nos pertenece. Nos preguntemos: ¿realmente le pertenecemos? ¿Qué aspectos de la vida personal, y comunitaria, están al margen de la Alianza con el Señor?

“Extiéndanse vuestros brazos sobre este pueblo y la Nación Argentina, para protegernos y defendernos; y haced que las verdades de nuestra fe y enseñanzas de la Iglesia, sean siempre el Norte de nuestras acciones y el fundamento inconmovible de nuestras instituciones ¡Señor del Milagro, salvad y bendecid nuestro pueblo!

Que sus brazos se extiendan, es el móvil, el modelo que nos impulsa a salir de nuestra autosuficiencia y cerrazón, y así poder manifestar frutos de santidad, no sólo para mí, sino también para nuestra comunidad y sociedad, generando el eco admirable de una vida cristiana en serio. Sobre todo somos interpelados a tender la mano a los hermanos más pobres, a quienes se encuentran sumidos en la marginación, en la angustia de la noche oscura, a ellos especialmente debe llegar la presencia misericordiosa y compasiva del Señor del Milagro.
El localismo del Milagro, se convierte en local, para abrir a la patria una fuente de bendiciones. Los salteños brindan su tesoro más preciado y real. Los cerros que rodean nuestro valle se transforman en amplias planicies que permiten comunicar con liberalidad la gracia y el Amor de Dios. Debemos seguir creciendo en esta proyección, no por un ímpetu de fomentar el turismo religioso, o mostrar un llamativo fenómeno folclórico, sino porque es tarea del cristiano hacer fructificar los dones, y no enterrarlos.

El marco de la vida eclesial, para celebrar el Pacto de Fidelidad en este año 2009, está teñido de acontecimientos muy especiales, que son también expresión elocuente de la Providencia que nos sorprende siempre con algún “detalle” de amor. Por un lado el Año Sacerdotal, que promueve la acción de gracias por el don del sacerdocio para la Iglesia y la oración por el clero. Entonces, renovar el pacto de fidelidad para los sacerdotes, tendrá un sentido de fortalecer la alianza, es decir su consagración. Y para todo el pueblo de Dios será un compromiso de rezar más por sus sacerdotes, y vivir la corresponsabilidad en la construcción del Reino. Por otro lado, presenciamos la atmósfera cercana de Aparecida, que ha derivado en el lanzamiento de la misión continental, en nuestro país. Por lo cual, el “pacto” también nos llevará a profundizar en el ser discípulos misioneros, y colaborar activamente como protagonistas en la misión continental, que quiere forjar una actitud de vida, en la actividad pastoral y en la experiencia de cada bautizado.
Sabemos que la oración del pacto es doble, se dirige al Señor primero, y luego a nuestra Señora del Milagro. En esta ocasión sólo he presentado el texto del Señor, nos falta ahondar en la oración a la Madre. Tal loable labor cedo a cada lector, y para ello transcribo el texto, para que sea fuente inspiradora de oración y contemplación:

Virgen Inmaculada, Madre y Señora Nuestra del Milagro,
el pueblo de Salta postrado a vuestros pies,
quiere reconocer y renovar los votos de sus padres,
al jurar vuestro patronato y ponerse bajo vuestra protección.
Sí, en presencia del cielo y de la tierra,
hacemos nuestro el voto que en Setiembre de 1692 hiciera este pueblo,
de celebrar los días en que os manifestasteis
su especial Protectora, y juramos teneros siempre
por Madre y Abogada nuestra.
Y Vos Señora, dignaos bendecir y proteger este pueblo
mirándolo como heredad vuestra,
para que sea siempre fiel a la fe,
a las enseñanzas de la Iglesia
y a los compromisos contraídos.
Nuestra Señora del Milagro, rogad por nosotros. Amén.

Marcelo Singh

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